Nadie olvidará en Montreal el pasado
4 de septiembre.
Pauline Marois, nuevo Primer Ministro de Québec y líder del Partido Quebequense (PQ), pronunciaba un encendido discurso frente a unos mil partidarios, refrendando su férrea intención de que la provincia de Quebec se convierta muy pronto en un país independiente.
En el mismo instante, un desquiciado tipo anglófono llamado Richard Henry Bain gritaba frente a las cámaras “¡que los ingleses se despierten”!, mientras era arrestado por la policía.
Bain acababa presuntamente de disparar a quemarropa contra dos personas inocentes que asistían a la celebración del PQ. Uno de ellos falleció a las pocas horas. El otro resultó gravemente herido.
Dentro -y sin saberlo- los partidarios
de Pauline Marois arriesgaban sus vidas a causa de un amago de incendio que habría
producido intencionalmente el mismo Richard Bain.
Estoy seguro de que todos los que amamos Canadá nos encontramos de pronto sumidos en un estupor y una inquietud sin precedentes.
A pesar de la brutalidad del gesto de Bain, retomo su aberrante arenga a la población anglófona de Quebec, para lanzar esta vez otra arenga a los canadienses “alófonos”, es decir, a quienes no tenemos como lengua materna ni el inglés ni el francés.
Estoy seguro de que todos los que amamos Canadá nos encontramos de pronto sumidos en un estupor y una inquietud sin precedentes.
A pesar de la brutalidad del gesto de Bain, retomo su aberrante arenga a la población anglófona de Quebec, para lanzar esta vez otra arenga a los canadienses “alófonos”, es decir, a quienes no tenemos como lengua materna ni el inglés ni el francés.
Mi arenga es: “¡que los alófonos se despierten!”.
Yo soy un nuevo canadiense
alófono, y Canadá es ahora tan mío como de los francófonos y anglófonos de este
país.
Canadá es tan mío como lo es de los
pueblos indígenas que conforman las Primeras Naciones.
Canadá es tan mío como del 50% de la
población de origen asiático que habita en Vancouver.
Vine a Canadá a sumar, no a restar.
Vine a multiplicar, no a dividir.
Vine a aportar mi modesto destello de luz. No vine a propagar la oscuridad.
Vine a Canadá a sumar, no a restar.
Vine a multiplicar, no a dividir.
Vine a aportar mi modesto destello de luz. No vine a propagar la oscuridad.
La principal fortaleza de Canadá reside, precisamente, en su diversidad lingüística y cultural. Y en su majestuoso tamaño de Gran Dominio.
Canadá tiene un rol fundamental en la evolución actual de la Humanidad.
Evolución y no “involución”.
Construcción y no destrucción.
Canadá debe ir hacia adelante, no hacia atrás.
Como el nuevo canadiense que soy, querría modestamente participar en la tarea de promover valores que puedan hacer de éste un mundo mejor.
No quiero importar de mi doliente América Latina las plagas ideológicas bipolares de las que vengo huyendo.
Canadá tiene en sus manos un destino sublime. Sin embargo, dicho destino sólo será posible si todos los canadienses (anglófonos, francófonos y alófonos) asumimos de una vez que la batalla de Las Llanuras de Abraham (Plaines d'Abraham) en la ciudad de Québec no es hoy más que un hecho histórico, acaecido hace más de 250 años.
Y como ya es Historia, no debe ocupar hoy los corazones de los quebequenses (y canadienses) de buena voluntad.
En la hora actual, cualquier pugna lingüístico-histórica es un asunto que va en detrimento de un Canadá sano.
Amo el idioma francés desde que, siendo niño, comencé a aprenderlo en el colegio. Y agradezco a Québec la generosidad de haber sido el primero en hospedarme.
Pero no me hacen falta leyes coercitivas para seguir amando el francés. Por el contrario: son precisamente esas leyes las que comienzan a deteriorar mi amor por esta lengua.
Y en su tamaño majestuoso de Gran Dominio, está su fuerza.
(También me molesta cuando un anglófono se niega a hablar en francés, tanto como cuando un francófono se niega a comprender que, para seguir siendo parte del G-7, se debe TAMBIÉN hablar inglés).
Quien no entienda esto, será un freno para el desarrollo y el destino sublime de Canadá, sea anglófono, francófono o alófono.
Los separatistas quebequenses me acusarán de “federalista”. Y tienen razón: no quiero reducir este Gran Dominio.
Ni puedo concebir un paisito del Segundo Mundo llamado “Québec”, negociando con China o los Estados Unidos... en francés.